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Cuaderno Cuarto

[PRIMER BORRADOR  PENDIENTE DE REVISIÓN]


CURSO: CLAVES PARA CULTIVAR COMPASIÓN


Cuaderno Cuarto

Estamos viendo que la compasión es un proceso, no es una cualidad estática sino algo que va evolucionando y alcanzando mayor complejidad. Empezamos teniendo reacciones compasivas ante ciertas situaciones pero no nos quedamos ahí sino que nuestra compasión sigue desplegándose, y no hay límite ni techo. El punto de partida de todo es la percepción de los demás. Vernos a nosotros mismos y ver a los demás. Por consiguiente, la falta de compasión implica una incapacidad de ver a los demás.

Percibir claramente al otro es la base para sentir compasión. Podría compararse, aunque no es realmente lo mismo, a cuando vemos un bebé. Al verle surge de un modo natural ternura y afecto, no se espera que actúe de ninguna manera ni es una amenaza, ni se tienen ideas preconcebidas de cómo debería ser.  Uno puede anticipar todo lo que le queda por vivir y sentir el deseo de que le vaya bien en la vida; surge cierto amor y compasión. Sin embargo, cuando vemos un adulto nuestra percepción está afectada por pensamientos, prejuicios,  inseguridades, expectativas y demás. Lo que nos impide ver a los demás es todos los contenidos de la mente, todos nuestros conceptos y creencias, y juicios, comparaciones.

Una de las meditaciones que hacemos cuando queremos trabajar la naturaleza primordial tiene que ver con detener la mente. La clave de la práctica para llegar a nuestra esencia es parar los conceptos y todo lo que proyectamos, de modo que hay una meditación en la que tratamos de hacer consciente todo lo que la mente añade a la experiencia. Por ejemplo, estamos experimentando sensaciones, sonidos, olores, etc., y descubrimos cómo siempre estamos anticipando algo y deseando una experiencia distinta, o recordando el pasado, o temiendo que ocurra algo que ocurrió, o estamos interpretando lo que sentimos, o dándole un significado particular, o lo estamos comparando con algo vivido o con los demás, o comparándolo con lo que podría ser. Vemos que de algún modo estamos siempre a la defensiva, temiendo que surja algo negativo, o vemos que estamos siempre en un estado de insatisfacción, en que no es suficiente lo que ahora sucede. Todo eso es lo que la mente hace, lo que la mente añade.

De manera que cuando estamos trabajando desvelar la esencia – la lucidez que somos – hacemos consciente todo todo eso que la mente añade e intentamos apartarlo y reconocer lo que hay aquí antes de que la mente lo distorsione. No creamos nuestra esencia, no es algo que elaboramos, es más bien como quitar las nubes y apreciar lo que hay.

Asimismo, a la hora de evolucionar y cultivar compasión el problema es el mismo. Igual que no vemos lo que somos, no vemos a los demás. Cuando miramos a cualquier persona, la percepción está distorsionada por nuestra mente. Interpretamos su comportamiento según nuestras ideas, la comparamos con nosotros mismos, con otros, o con modelos ideales, juzgamos lo que hace o dice; le damos significados subjetivos a sus acciones. Además, solemos anticipar qué va a suceder, si nos va a aportar algo o no; o asociamos a la persona con algo que pasó con alguien similar; puede haber una tendencia a fijarse en lo que podemos conseguir de esta persona, a fijarse si es peligrosa, o  fijarse en lo que falta en la relación, etc.

Siempre estamos llenando de conceptos, ideas, pensamientos, la relación con el otro. Y según la carga vital que tenemos puede ser muy difícil sentir cualquier tipo de empatía, no ya compasión, tan sólo empatía o conexión con los demás. Acabamos, a menudo viendo a los demás como objetos de usar y tirar, olvidando que la persona tiene deseos, afectos, sensibilidad.

Visto esto, la primera tarea hacia la compasión requiere despejar la mente. Se trata de trabajar en qué medida se pueden apartar los pensamientos a la hora de ver a esta persona. El problema es el mismo que tenemos a la hora de indagar en nuestra esencia, ni siquiera somos conscientes de lo que la mente agrega. Cuando nos dicen: “Sólo tienes que ver la conciencia en la experiencia, pues tu esencia es conciencia, lucidez, vacuidad”, y nos disponemos a meditar en ello, ni siquiera nos damos cuenta de que miramos a través del pensamiento, de que estamos llenos de prejuicios e ideas preconcebidas, de que continuamente estamos interpretando lo que sucede o nos escapamos a imaginar algo que no está presente.

Del mismo modo, a la hora de percibir a los demás creemos que sabemos cómo es el otro. No nos damos cuenta de que el otro es nuestra invención, aunque sea nuestra pareja y llevemos muchos años juntos, es en cierta medida imaginación. No somos conscientes. Pero, es igual con nosotros mismos, uno lleva consigo mismo treinta, cuarenta, sesenta años, y lo que piensa que de sí es una pura invención.

Así pues una de las tareas para hacer posible que emerja la compasión es limpiar lo que la mente agrega, lo que inventa. De modo que si nos fijamos hay cierta correlación entre el trabajo personal y el trabajo de la compasión, entre la sabiduría de liberar el yo y la compasión de ver al otro. De modo que mientras mas estamos atados a una identidad personal, más me creemos en los pensamientos y más nos ofuscamos con lo que la mente añade, más difícil es ver a los demás. Si reconocemos, por ejemplo, nuestros miedos e inseguridades, podemos percibir un poco más al otro, pero si no los reconocemos, los miedos inconscientes se convierten en un filtro que nos hace ver al otro de una forma muy distorsionada, con lo cual se vuelve muy difícil que podamos sentir compasión, amor o gratitud.

Si queremos cultivar la compasión, la primera tarea es reconocer que todas las personas somos iguales. Nos hacemos conscientes de que los demás sienten,  quieren ser felices y no desean sufrimiento. Esto es muy obvio, pero cuando nos relacionamos solemos olvidarlo. Cada vez que tenemos un desencuentro con alguien, pasamos por alto que esa persona es un ser humano que siente, padece y desea felicidad. Lo convertimos en lo que nos conviene.

De manera que el ejercicio es reconocer que el otro – cualquier persona que tengamos delante – es un ser vivo que siente, que quiere ser feliz y que no quiere sufrir. Si desarrollamos con mas detalle qué implica ser una persona, nos hacemos conscientes de que el otro también tiene sus miedos y pretende ser feliz pero sus miedos no le dejan, igual que a uno mismo; y esa persona tiene sus emociones negativas, que le condicionan, igual que a uno. Queremos estar bien, tener un buen día y de repente nos enfadamos y se estropea todo el día. A los demás les pasa lo mismo.

La otra persona tiene sus convicciones que le condicionan y limitan, igual que a uno mismo, tenemos ciertas ideas, prejuicios, formas de pensar e ideas preconcebidas, que nos están impidiendo vivir con serenidad o apertura; esta persona es igual que nosotros, quiere sentirse bien y sus ideas se lo impiden igual que a uno mismo, y quiere dejar de tener problemas pero no puede porque, igual que uno mismo, todos estamos atados a convicciones falsas que no somos capaces de soltar. Todos somos iguales.

Por consiguiente, si somos conscientes de nuestra naturaleza humana y reconocemos que somos seres frágiles y vulnerables, que dependemos de satisfacer muchas necesidades, que estamos llenos de expectativas, que vivimos condicionados por estados emocionales, tanto positivos como negativos, que estamos llenos de temores e inseguridades, que vivimos limitados por nuestras ideas y convencimientos, y que a pesar de todo intentamos ser felices aunque caigamos de nuevo en la frustración y el dolor, si somos conscientes de nosotros mismos, sabemos que a la otra persona le sucede lo mismo. La persona con la que nos estamos relacionando es igual que nosotros, no puede ser diferente.

Hay, por tanto una correlación, entre conocernos y percibir adecuadamente a los demás. Por ejemplo, hay quienes no son conscientes de sus inseguridades y creen que no tienen ningún miedo; al encontrarse con alguien con muchos miedos resulta muy difícil que tengan empatía, pueden pensar que esa persona es débil, inferior o estúpida. Construyen un relato acerca de quienes tienen miedo que hace imposible la empatía, y en consecuencia la compasión.

Hacer consciente de esto nos lleva a adquirir una percepción equilibrada de los demás. Queremos que esta ecuanimidad aparte toda esa carga de prejuicios, ideas preconcebidas y valoraciones trastocadas que imponemos sobre los demás. La base, el punto de partida, es que todos los seres somos fundamentalmente iguales. Esto muy importante, en cuanto que no tenemos compasión porque pensamos que todo el mundo es bueno, o todo el mundo es esencialmente pura conciencia. La compasión no surge de ahí, sucede cuando ves a la persona.

 


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