Juan Manzanera
Tener compasión no es algo que un día decides y ya está, sino un compromiso que necesitamos constantemente renovar. Aunque llevemos muchos años oyendo hablar de la compasión o meditando en ello, realmente – todos lo sabemos ¿no? – somos principiantes, siempre somos aprendices. Además, también sabemos casi todos los que hemos meditado en compasión que conocer esta meditación, esta práctica, es un regalo y un privilegio. Pero, también sabemos que continuamente fracasamos, continuamente nos atrapa el ego, las tendencias y los miedos.
También hay algo a tener en cuenta: la falta de compasión viene realmente de no confiar en nosotros mismos. Lo más habitual es vivir la compasión como una especie de sacrificio, sentimos que tenemos que sacrificarnos o tenemos que renunciar a algo por los demás, y hacemos ese esfuerzo porque creemos en el valor de la compasión. Sin embargo no es así, no es del todo correcto. La entendemos así desde nuestro estado mental habitual que es un estado de ofuscación; sin embargo, la dificultad de ser compasivos viene de una falta de confianza en nuestro ser, en nuestra potencial. Tenemos la capacidad de crecer y evolucionar, y de influir en todo lo que nos rodea. Tenemos el poder de cambiar, muchísimo dolor que podemos aliviar en el mundo; sin embargo, no creemos que podemos hacerlo. Nos produce mucho miedo pensar en todo lo que podemos perder si nos embarcamos en eso, pero lo cierto es que vamos a ganar algo inimaginable. Practicar la compasión saca de nosotros unas cualidades que desconocemos y tienen de un valor inmenso, la compasión nos despierta y nos hace evolucionar. Puede que trabajar por los demás resulte difícil y penoso, pero si nos fijamos y valoramos en lo que nos convierte todo el coste es irrelevante.
De modo que actuar con compasión es un privilegio y un regalo, pero al mismo tiempo sentimos miedo porque estamos como confundidos sobre lo que implica, porque la vemos desde nuestra contracción egocéntrica, no desde lo que significa.
Por otra parte, todos tenemos que reconocer que si estamos aquí, si hemos llegado a donde estamos ahora en la vida, es gracias a la compasión. Es muy evidente, todo lo que somos es gracias a la compasión. A lo largo de nuestra vida, cuántas personas nos han apoyado, han aliviado nuestro sufrimiento, nos han guiado, cuántos gestos de compasión hemos recibido y nos han ayudado. Si estamos aquí es por la compasión. Si queremos lograr algo o queremos seguir caminando y avanzando va a ser porque hay compasión en el mundo.
Así que no necesitamos aprender nada más sobre la compasión, el concepto ya lo tenemos claro casi todos. Lo que necesitamos es volver conectar y revivir de nuevo lo que ya sabemos. Queremos abrir otra vez el corazón, expandirnos un poco más. No es aprender nada, sino volver a ese camino de transcender nuestros límites.
En este sentido también hay otra cuestión: nos movemos en una estrecha franja mental y emocional, y tenemos una tendencia muy firme y resistente a mantenernos ahí. Digamos que hay muchos estados mentales y emocionales, y las personas acabamos habituándonos a vivir en un determinado nivel o frecuencia que puede ser positivo o negativo, más o menos evolucionado. Cada nivel tiene sus estados mentales y emocionales, y con el tiempo nos habituamos a ese nivel. Una de las consecuencias de esto es que cuando hacemos trabajos de meditación o de desarrollo personal y conseguimos una cierta apertura y expansión, lo habitual es volver otra vez a lo de siempre, a nuestro estado habitual. Lo mismo sucedo cuando ocurre una involución, a veces tenemos momentos difíciles en que nos cerramos y perdemos claridad y equilibrio; suelen ser temporales y acabamos regresando a nuestra frecuencia habitual emocional.
Meditar en compasión, es de nuevo una forma de expandirse más allá de nuestro estado habitual, y obviamente lo que queremos, la intención realmente es que nuestro nivel de frecuencia habitual sea cada vez más expandido, que el estado normal de conciencia se mantenga expandido. Así que este trabajo es una expansión. No se trata de aprender cosas. Todos hemos leído sobre la compasión, no tiene ningún misterio, está muy claro lo que es, llevamos oyéndolo toda la vida. Ahora bien, que queremos llegar a un estado más evolucionado y despierto, y mantenernos ahí. El trabajo de cada uno es conseguir mantener eso y que se convierta en el nuevo nivel habitual de conciencia. Así es como vamos avanzando, luego seguimos aumentando la apertura, nos expandimos más y más. Expansión es sinónimo de conexión con nuestra naturaleza, nuestra naturaleza esencial, lo que somos, es apertura sin límites. Se trata de esto, de conectar con eso. Así pues, la motivación es poder transcender los propios límites. Todo el trabajo con la compasión es una manera de lograrlo. Tenemos que tener cuidado con no quedarnos en lo teórico, en lo mental, en lo conceptual.
A menudo somos muy mentales y controladores, necesitamos hacer que todo sea predecible, y nuestra herramienta principal para ello es la mente. Entonces toda esta enseñanza de la compasión la abordamos desde la mente, desde la lógica, desde lo que es razonable. Pero hay muchos aspectos, muchas cosas que se pueden cuestionar sobre la compasión, muchas ideas que usando el razonamiento se pueden argumentar y contradecir. Si nos ponemos racionales y lógicos decimos: “no, esto no, porque tal, porque sí, porque no…” Hay muchos momentos en que los motivos para responder con compasión son ilógicos y contradictorios. Entonces, desde ahí no podemos abordar la compasión, no podemos soltar y abrirnos si le damos demasiada importancia a la lógica y la razón.
Así pues, la verdadera cuestión es que cuando nosotros confiamos en nosotros mismos, en nuestro ser real – no en nuestro ego, o como dicen algunos psicólogos, “tu mejor yo” – cuando confiamos en nuestro verdadero ser, decimos: “quiero sanar el mundo, es lo que quiero hacer”. Si leemos a personas que describen su apertura espiritual (ahora hay muchos libros de personas que relatan esta apertura; antiguamente parece que no ocurría nada, pero hoy se lee a mucha gente) casi todos escriben las ganas de transmitirlo a los demás y de compartirlo. Cuando alguien tiene esa apertura, cuando conecta con su esencia, sea temporal, sea una apertura inferior, sea superior, cuando hay una apertura en nuestro ser, surge espontáneamente, lo natural es “quiero ayudar a despertar a la gente”. Eso es la compasión. Se trata de conectar con nosotros mismos. Si no tengo compasión es porque no conecto conmigo y en su lugar vivo en la imagen mental, imaginaria, que tengo de mí. Esa es la cosa, ese es el problema de la compasión.
Decimos, casi todos lo sabemos, el gran problema del sufrimiento de todos los seres es la mente, la mente distorsionada, la mente que se engaña. Eso se denomina en la tradición espiritual ignorancia. Hay una ceguera, nuestra mente es imperfecta y funciona mal. La mente opera razonablemente bien para realizar actividades cotidianas, encontrar comida, por ejemplo; pero funciona mal para vivir la vida pues constantemente produce situaciones de sufrimiento. Como ya hemos oído la raíz de todo este sufrimiento, la esencia de donde surge, el error fundamental que comete la mente es elaborar un yo que siente y experimenta.
Buda enseñaba que cuando nos creemos ser el cuerpo y la mente o ser dueños del cuerpo y la mente, o estar en el cuerpo y la mente, o creemos que contenemos el cuerpo y la mente; cuando hacemos esto, somos como un perro atado, y nos quedamos dando vueltas y vueltas alrededor siempre de los mismos sufrimientos, de la misma insatisfacción, de la misma infelicidad.
Cuando digo yo, esta sensación es mía, este dolor es mío o este enfado es mío, o esta insatisfacción es mía, o esta tristeza es mía, o este miedo soy yo, o esta irritación es mía, cuando decimos eso nos atamos al sufrimiento. Entonces, dedicarme al yo, dedicar la vida a fomentar el yo, que es algo imaginario, es sustentar el sufrimiento, es seguir atado, seguir dando vueltas. De modo que, cualquier cosa que hacemos para reforzar el yo solo nos mantiene atados al sufrimiento.
Ahora bien, si no se consagra la vida a perpetuar el yo, si deja de promoverse la imaginación y lo que la mente hace percibir, ¿a qué dedicamos la vida? ¿Qué hacemos con la vida? De modo que si somos egoístas, egocéntricos, pensando en nosotros, si hacemos caso a nuestros miedos, a nuestras aversiones, a nuestras adicciones, apegos, sólo sustentamos sufrimiento. Entonces ¿qué hacer con la vida, a qué dedicarla? Aquí es donde entra la compasión: uno se dedica a los demás, se dedica a sanar el mundo, porque la otra opción es sufrimiento.
Aunque, hay otra alternativa, la verdad es que siendo honesto hay una tercera opción. También está la posibilidad de alejarse del mundo, uno se retira a vivir aislado o se mete en un monasterio, sin querer saber nada de nadie, e intenta dejar de fomentar el yo hasta deshacer el engaño. Esta es otra opción, pero si estamos en el mundo, y nos relacionamos con otras personas, la única opción que tenemos es cuidar y atender a los demás porque la otra es reforzar el yo, no hay término medio.
De modo que desde esta perspectiva al volcarme en los demás, al tener compasión por los demás estoy liberándome del yo. Al ejercitar la compasión los demás me están ayudando a aliviar el sufrimiento que se deriva de la convicción de ser alguien. Abrirme a los demás me conduce a la sabiduría, es lo que me prepara para la sabiduría. Cuando se empiezan a tener experiencias en las que se disuelve la identidad puede surgir miedo y desconcierto. Lo mismo sucede cuando tenemos una apertura y nos salimos de nuestra estructura emocional habitual. En tales casos, una de las cosas que nos ayudan a sostener esa incertidumbre de “no hay nadie, no soy yo, la vida ocurre sin mí”, ese vértigo es la compasión, la compasión es lo que me va a ayudar a sostener eso. Por otra parte, cuando realmente se descubre que no hay un yo, también, cuando nos planteamos cómo se vive así, de nuevo la compasión es la que me ayuda a funcionar en la vida, vivir para aliviar el sufrimiento de los demás. Por consiguiente, desde diferentes perspectivas necesitamos la compasión.
Hay quienes viven completamente identificados con el dolor. Todos experimentamos sufrimiento, pero algunas personas se definen a través de las desgracias que viven: “Mira lo que me ha pasado, mira cuánto sufro, murió mi hijo, no tengo pareja, me quedé sin trabajo…” Pero no sólo como primera reacción, que es lógica incluso razonable y sana. Son personas que al cabo de los años, lo que les define es ese sufrimiento que han vivido. En estos casos, también la respuesta de compasión es lo que sirve para sanar y liberarse del victimismo. Dejamos de ser un mártir, dejamos de llevar el cartel de víctima y de esperar que un montón de gente compasiva nos ayude (aunque ayudar a alguien así no sería realmente compasión ¿verdad?). Lo que nos sana es, en lugar del papel de víctima, dar la respuesta de compasión.
De modo que vivir con compasión sirve una protección. Desde distintos puntos de vista es muy importante, útil y valiosa. Se pueden tener problemas muy serios, problemas mentales, psicológicos; si hay compasión, nos protege. Pero es preciso tener suficiente habilidad y capacidad de hacerlo, lo cual no es fácil. Muchas veces sugiero a quienes vienen a hacer psicoterapia que mediten en compasión. Pero pocas veces funciona porque una persona que nunca ha trabajado la compasión, aunque es lo mejor que puede hacer, no sabe hacerlo ni tiene fuerza, ni entiende verdaderamente qué es. Si, de pronto, nos informan de que tenemos una enfermedad grave crónica, solemos reaccionar con ansiedad y preocupación, meditar en compasión es lo último que se nos ocurre y en caso de hacerlo no sabemos cómo ni tenemos la fuerza mental para evocarla. Si tenemos un estado mental negativo, digamos depresión y alguien nos dice que usemos la compasión, si no lo hemos hecho nunca es casi imposible.
Lo que quiero decir con esto es que también es muy importante entrenar la compasión por si ocurre algo inesperado y doloroso. Tener esa mente desarrollada, tener suficiente habilidad para lograr que la compasión esté presente en la vida. Porque puede ocurrir cualquier cosa, la vida puede ponerse muy difícil. Esto es bastante serio, y hay cosas que solamente pueden resolverse por medio de la compasión. Hay problemas en la vida que solamente pueden abordarse y enfrentarse si se tiene suficiente compasión, de lo contrario no se puede, es imposible. Por consiguiente, tenemos que aspirar a eso. Pero además, aunque uno piense que tiene suerte y que le va a ir bien todo, quiere ser capaz de enfrentar cualquier problema que pueda suceder; aunque, no haya indicios de que vaya a ocurrir, ser capaz.
Hubo un maestro de la tradición de los lamas tibetanos que, cuando se estaba muriendo, rezaba para renacer en los infiernos, porque quería a quienes están en los infiernos. Volver a nacer en otra vida forma parte de la tradición budista, y este lama decía que quería nacer donde los seres sufrían más para ayudarles; tenía suficiente compasión para afrontarlo. Así pues, independientemente de que creamos en volver a renacer, esta es la actitud que buscamos. Nada tiene que ver con sentir compasión porque es muy grato y nos sentimos elevados y abiertos, y nos beneficia. También se trata de pensar que si ocurre una situación difícil ¿estamos preparados para enfrentarla? ¿tenemos suficiente compasión?.
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