Meditación: Algo a saber
La cuestión fundamental es cuánto quieres ser feliz. Es decir, dónde
sitúas la felicidad en tu escala de valores. Para muchos el prestigio, las
relaciones, la adquisición de patrimonio, etc., es más importante que nada, y
la felicidad ocupa un tercer o cuarto puesto en su escala. Lo que nos contamos
es que todo aquello es para ser feliz, pero basta con echar una mirada a la
vida que llevamos para encontrar que a menudo sacrificamos la felicidad por
cosas como un poco de reconocimiento, de afecto o incluso de bienes materiales.
La meditación cobra
verdadero sentido cuando tenemos como primacía la felicidad genuina y
atemporal. Es decir, cuando creemos que es posible un estado de bienestar que
no está condicionado por las circunstancias y situaciones cotidianas. Dicho de
otro modo, consideramos que la felicidad interior es lo más importante. Esto
significa que el camino de la meditación nos va a demandar una entrega absoluta
a la búsqueda de la auténtica felicidad.
El meollo de todo esto
reside en que la filosofía de la meditación revela que la felicidad está en
conocer
Motivación
La primera cosa antes de
empezar a meditar es analizar los motivos e intenciones que tenemos al
sentarnos a hacerlo. Las consecuencias de la práctica están directamente
relacionadas con la motivación que tenemos al realizarla. No importa lo
profunda y sublime que sea una meditación, sin la motivación adecuada puede
convertirse en tan sólo un modo de pasar un rato agradable. Es primordial que
sepamos que los efectos y transformaciones no provienen del ejercicio en sí
sino de la motivación.
Por tanto, una vez nos sentamos
necesitamos preguntarnos, ¿para qué voy a meditar? Hay muchas diferentes
motivaciones, desde una necesidad de parar hasta el deseo de desarrollarse,
pasando por la búsqueda de trascendencia o el deseo de espiritualidad. La
cuestión es que la mayoría de nuestras motivaciones provienen de creencias
aprendidas, deseos y necesidades narcisistas, miedos y sentimientos de
inseguridad, etc. Es decir, la mayoría de nuestras motivaciones están
enraizadas en la imagen que tenemos de nosotros mismos y en nuestro sentimiento
de identidad. Esto no debería ser ningún problema, si no fuera porque esta
identidad es el obstáculo principal a la felicidad que hemos decidido
encontrar. Y no solo eso sino que además esta identidad es sólo una imagen
artificial y desprovista de contenido sin ninguna realidad intrínseca; esta
identidad no es la verdad.
De modo que nos creemos ser
alguien y nos ponemos a hacer meditación con el fin de descubrir la felicidad para
ese alguien que no existe. Visto así, estamos en un dilema que no es fácil de
resolver. Por una parte, buscamos una felicidad genuina y por otra, quien la
busca es una mera imagen mental. Ante esta paradoja, la tendencia de algunos
principiantes es no hacer nada. La idea que se cuentan es que si no hago nada,
no hay ego. El problema de esa solución es que evitar la presencia del ego, (o
la identidad falsa) no sirve para erradicarlo ni despierta la conciencia y
mucho menos acarrea la felicidad auténtica y atemporal. Muchas veces dedicamos todo
nuestro esfuerzo a buscar un estado en que no se siente ser alguien. Hemos
aprendido lo que otros nos han dicho, a saber que el sentimiento de identidad
es el problema y entonces pensamos que la práctica espiritual debe ser dejar de
sentir el ego. Es un esfuerzo inútil y absurdo. Por mucho que lo consigamos eso
no resuelve nada. Es como si te duele una muela y gracias a tu poder mental
consigues ignorar el dolor, está claro eso no resuelve la infección y que
tendrás que hacer algo. Lo mismo sucede con el ego. Aunque se consiga dejar de
sentir, todavía hay que hacer algo, y lo
que hay que hacer es descubrir su falta de entidad, su realidad ilusoria. Es
imprescindible sentir el ego vacío de contenido. Vuelvo a insistir, no se trata
de dejar de sentir el ego sino de sentirlo con la conciencia de que es una mera
apariencia ilusoia.
La vía
En resumen, no podemos
actuar desde la imagen que tenemos de nosotros mismos ni podemos quedarnos con
los brazos cruzados para evitar hacer algo desde el ego. Entonces, ¿qué se
puede hacer? Aquí tenemos que decir que hay diferentes niveles de respuesta que
dependen de la capacidad de conciencia de cada uno. No obstante, el primer paso
para dar una solución óptima al dilema está íntimamente relacionado con la
motivación.
El motivo con el que te
sientas a meditar puede ser el catalizador que desencadene el proceso de
descondicionamiento individual.
Entre todas las
motivaciones, la que vaya más allá de nuestros intereses personales, tendrá ese
efecto, de modo que tendrá que ser una motivación amplia y profunda; una
motivación trascendente y realista. Muchos maestros espirituales del pasado
buscaron esa motivación y encontraron por unanimidad que esa motivación es la
bondad incondicional hacia los demás.
Cuando nos sentamos a
meditar por los demás, para que haya menos sufrimiento en el mundo, para que se
manifieste en nosotros una presencia que alivie la infelicidad de quienes nos
rodean, para traer paz y sabiduría, etc., estamos haciendo algo que nuestra
identidad centrada en sí misma, no busca ni considera. Así, estamos
trascendiendo nuestros impulsos narcisistas y ampliando
Al principio nos puede
resultar fácil y atractiva la idea de meditar por los demás. Pero lo cierto es
que cuando la práctica es continuada, el egocentrismo empieza a resentirse y la
motivación altruista va convirtiéndose en
una mera fórmula aprendida y un ejercicio de “lo que es correcto”, en
lugar de una vivencia profunda. De modo que es preciso mantener la alerta y
sentir íntimamente el deseo de ser mejor personas para tener mayor capacidad de
ayudar a los demás.
Verificación del progreso
Algunas personas, intentan
la práctica directa de meditar sin ego. Algo así como buscar una conciencia que
desenmascara al ego desde el principio. Esto puede estar muy bien, pero en
cualquier caso la prueba de que eso está funcionando es de nuevo el altruismo. Podemos
trabajar la sabiduría pero entonces tenemos que volver a la bondad para
comprobar dónde estamos realmente. Es decir, tenemos que ver si es igual de
importante la felicidad de los demás que la nuestra, o la realización
espiritual de los demás que
Justamente, la prueba de
que estamos avanzando espiritualmente es el grado de altruismo y consideración
por los demás.
Así, la actitud generosa y
abierta a los demás es al mismo tiempo la motivación inicial y la verificación de
estar avanzando en el camino de
Si buscamos la felicidad
genuina, hay un camino inequívoco, cuánto estamos dispuestos a desprendernos a
cambio de ayudar a los demás.