Aunque la mayoría de la gente no lo cuenta mas que a conocidos muy íntimos, muchas personas corrientes en algún momento de su vida tienen aperturas espirituales. Recuerdo una persona que me contaba: “De pronto sentí que yo era todo. Era la piedra, y también el árbol, era la nube flotando en el cielo, era las olas mismas del océano, todo..., sólo duró unos instantes pero fue muy impactante y me siento feliz de haberlo conocido”. En otra persona la experiencia se presentó diferente: “Comprendí de pronto que mi mente no era lo que estaba allí, lo que pensé que era “mi” conciencia era Todo Conciencia... lo que experimenté mas o menos con continuidad fue una sensación de no estar separado de nada”. Estas experiencia no son comunes pero tampoco
son tan raras. Mucha gente las tiene pues son parte de la capacidades del ser
humano, el potencial de conciencia y despertar espiritual. Sin embargo, hay que
saber es que las experiencias de este tipo son como todas las demás, son
pasajeras y temporales. Su naturaleza es siempre efímera. Algunas personas,
después de una experiencia así, dedican todos sus esfuerzos a recuperarla, entonces
hacen meditación, se inscriben a algún un grupo espiritual, buscan un maestro,
o cosas por el estilo. La cuestión importante es que las experiencias
sucedieron espontáneamente y sin buscarlas; pretender tenerlas de nuevo
haciendo un esfuerzo nunca va a dar resultado, y lo que es más grave, aún
consiguiendo que sucedieran volverán a irse. Perseguir experiencias de apertura
es poco práctico ya que apenas van a durar. Hay quienes hacen dietas que supuestamente
son más espirituales, se trabajan el cuerpo con ejercicios movilizadores de
energías, se privan de numerosas experiencias sensoriales y se aíslan de todo
lo que sea sentir el mundo. Con estos métodos a veces se obtienen algunas
experiencias diferentes, sin embargo, y para su desgracia, todo lo que obtienen
se va y se pierde en poco tiempo. Todo el esfuerzo de años sólo sirve para
sentir durante un breve lapso de tiempo algo diferente. Luego, la mente sigue
igual, la vida sigue lo mismo y nada ha cambiado. Uno sigue sufriendo las
decepciones, la insatisfacción, la frustración, la sensación de que falta algo,
la pérdida, etc. La
medida de madurez espiritual Un modo más seguro y efectivo de evaluar
el progreso espiritual es considerar la visión de la persona en su hacer
cotidiano. Es decir, no valoramos la madurez espiritual de un individuo por el
número de experiencias “trans-sensoriales” que ha tenido ni por los estados
alterados que es capaz de alcanzar, sino por su capacidad de vivir con una
visión más amplia. La medida es la calidad de conciencia al relacionarse con
los demás, al ganarse la vida con el trabajo que le haya tocado, al ocupar su
cuerpo y su mente... La persona verdaderamente espiritual no vive en un estado
mental alterado, tiene un comportamiento normal y vive como los demás, de hecho
no se le suele reconocer (a menos que el papel que le haya correspondido sea
enseñar a los demás); sin embargo, su modo de vivir las cosas es bien
diferente, sus palabras, sus expresiones surgen desde otro lado. Su existir
sucede desde la mayor conciencia posible. Una
perspectiva global Una visión más amplia, una mayor conciencia significa, entre otras cosas, percibir las situaciones con una perspectiva más global. Es decir, la percepción abarca todas las causas y condiciones de las situación, así como los efectos y consecuencias. Abarca la interdependencia de todo y al hacerlo los comportamientos y actitudes son diferentes. Cuando sucede algo, uno sabe que lo que percibe es el resultado de condiciones pasadas y que las cosas se ven así debido a las propias maneras de actuar, uno entiende que esta experiencia no puede valorarse de un modo absoluto sino que sólo tiene explicación en un contexto determinado y que si las condiciones cambian todo cambia. De este modo, las reacciones compulsivas como la aversión y la adicción dejan de tener sentido. Por ejemplo, si alguien me hace daño, uno valora que la experiencia de daño está relacionada con los propios deseos y expectativas, con las necesidades del momento, con las vivencias anteriores similares, con las creencias culturales y sociales, con las actitudes personales, etc. Además, esa persona que supuestamente me daña está sometida a sus propias necesidades, miedos, deseos, ofuscación, creencias y demás. De modo que, visto así ¿quién está siendo dañado?, y ¿cómo es que está sucediendo el daño? En el caso de las relaciones personales
una visión más amplia incluye el conocimiento de uno mismo y del otro.
Conocerse uno mismo y conocer a los demás implica saber que sólo somos una
estructura formada por aspiraciones, carencias, ideas, actitudes, expectativas,
tendencias emocionales, etc. El conjunto de procesos de uno interactúan con los
del otro y produce los efectos de la relación.
No somos individuos compactos y aislados que interactuamos con otros tan
compactos como nosotros sino algo mucho menos rígido y definido. La visión
amplia reconoce nuestra naturaleza etérea y difuminada, una naturaleza que
siempre está cambiando y que no es más que la configuración de un conjunto de
procesos en la conciencia. Somos en tanto nos hacen los demás. Ética La madurez espiritual tiene en las
relaciones con los demás dos medidas claras. Por una parte está la medida de la
Ética, por otra, la medida de la Bondad Incondicional. Comportarse con ética se
refiere básicamente a no hacer daño a nadie. Una persona con una visión más
amplia cuida de no hacer daño a nadie. Pero no lo hace como un esfuerzo sino
que su forma natural de comportarse es mantener la armonía, evitar romper el
equilibrio. Para una persona en ese nivel, hacer daño es ir en contra de sí
mismo. No se vive la ética como una restricción sino como una liberación, el
modo natural de comportarse. Así, las aperturas espirituales, las vivencias de
disolución y fusión universal, no son signos de madurez espiritual en sí mismas
sino que pueden servir sólo cuando se entienden correctamente y nos llevan a la
visión de que hacer daño significa que la mente está turbia y no reconoce la unidad
e interdependencia de todo. Una persona con una visión más amplia antepone la
armonía y la evitación del daño a todo lo demás, no solo evita dañar cuando le
va bien, sino en todo momento; sus placeres, deseos y necesidades son subordinados
de un modo natural y sin sentimientos de represión y carencia. No vive con
resentimientos ni rechazo, no desea poseer a nadie ni se siente dueño de nada.
Su vida ética es una expresión del conocimiento de la naturaleza clara de su
mente. Bondad
Incondicional Un nivel un poco más elevado, que implica
un grado mayor de madurez es la Bondad Incondicional. Aquí la medida de evolución
espiritual es la capacidad de entrega a los demás. Es decir, si en un nivel
previo uno vivía sin hacer daño, ahora lo que emerge es la actitud espontánea
de hacer el mayor bien posible. Esto no quiere decir que “uno” se vuelva bueno
y se dedique a ayudar a “otros” que están mal. No es así, la visión más amplia
no sucede en la dualidad yo-tú, mucho menos en la polaridad “yo estoy bien y tú
estas mal y te voy a ayudar”. La entrega a los demás sucede en la conciencia
global de formar parte del todo, de sentirse parte y todo a la vez; es decir,
de reconocer al otro como parte de uno mismo y saber que uno mismo no existe
como una entidad diferenciada. El asunto es muy complejo de describir y
transciende la lógica; pero la cuestión es que la generosidad, la entrega, el
saber hacer un espacio interno a las agresiones de los demás y permanecer en
calma, la alegría y el entusiasmo por hacer el bien, la sabiduría de lo que hay
que hacer en cada momento ante los conflictos con los demás, etc. constituyen
la forma de comportarse natural de la verdadera madurez espiritual. Otras
vivencias, otros estados de conciencia no son prueba de nada, no indican mas
que capacidades de la mente humana, pero no son estados de realización. Meditar va dirigido a estas metas,
aquietar la mente es un método para ampliar la visión y responder a las
demandas de la vida con mayor integridad y coherencia. Desde dentro se vive
como una mayor paz interior, desde fuera se percibe un entorno con más armonía.
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