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Hace unos años me encontraba en Nepal visitando a uno de mis maestros, el Venerable Chogye Trichang, un anciano lama maestro del Dalai Lama. Estaba comiendo con él cuando llegó un hombre tibetano, parecía un comerciante. Hablaron entre ellos y el tibetano daba continuamente muestras de agradecimiento. Al rato el hombre se volvió hacia mí y me dijo: Si un día tienes alguna piedra en el riñon o en la vesícula díselo al maestro, a mí me dió un mantra y me he curado completamente. También unos años antes el lama Yeshe nos contaba una de sus primeras experiencias con los mantras. Recuerdo cuando tenía catorce años. En aquella época estaba en el monasterio de Sera en El Tibet. Me dolía una muela y tenía la boca hinchada. Había una infección y mi tío me envió a un viejo monje. Me pareció un viejo extraño de aspecto sucio y desaliñado, le colgaban los mocos. Me hizo mostrarle la hinchazón y luego recitó un mantra y sopló sobre ella. No me gustó nada, me pareció una guarrería. Pero bueno, el caso es que cada día me soplaba un poquito durante unos quince minutos. A los pocos días cuando me sopló, la hinchazón se abrió y salió la pus. No me lo pude creer, fue fantástico. Desde entonces me curé. Podéis ver todavía la cicatriz. Fue el mantra. Este monje sucio y feo era famoso por su mantra y mucha gente iba a verle. Los mantras se han hecho famosos por sus poderes curativos, sin embargo en principio sólo son formas de expresar la propia naturaleza divina de cada uno. No son sonidos extraños y ajenos. En nuestro interior vibramos con esos sonidos. Recitar un mantra tiene un efecto similar al del diapasón que hace vibrar las cuerdas de una guitarra. Pronunciando las sílabas de un mantra hacemos vibrar nuestras propias energías internas. Muchos meditadores saben por experiencia que el acto de recitar mantras transciende los sonidos y palabras externas. Es más bien un escuchar el sonido interior que siempre ha morado en nosotros. También la repetición de un mantra es una forma de proteger la mente. En las prácticas tántricas suelen usarse en combinación con la visualización de algún aspecto divino. El mantra representa el habla de la divinidad y dentro del tantra budista el aspecto divino del propio habla del practicante. En este contexto, se utilizan como métodos para enfocar la mente y evitar distracciones. Todos los sonidos son puros y divinos, pero nuestra mente nos hace verlos ordinarios y nos atraen o repulsan. La práctica tántrica intenta encontrar la divinidad en cada sonido y de hecho el practicante trata de escuchar en cada sonido externo el sonido de su mantra. Aunque los mantras tienen como objetivo la realización última, suelen tener efectos más inmediatos en quien los recita. Lo importante es la fuerte creencia en su poder y en el maestro que lo transmite. Los mantras a veces se recitan para obtener poderes paranormales o para controlar los elementos. Hay mantras para curar enfermedades, para atraer lluvia, para tener buenas cosechas, para atraer un marido o una esposa, para hacer un negocio con éxito, etc. etc. Recuerdo que en cierta ocasión conseguí unas semillas de trigo bendecidas con mantras. Las habían consagrado unos monjes tibetanos y su poder era muy particular: Llevándolas en la maleta tenías la seguridad de que nadie te la iba a robar, ni te iban a registrar en las aduanas. Era bastante práctico, sobretodo porque en La India el robo es bastante común. Las escrituras antiguas hablan de que el origen del universo es el sonido. Al principio era el sonido que reverberaba como OM y de ése sonido todo vino a existir, dicen los Upanishads, las ancianas enseñanzas de los sabios de La India. Por esto en el hinduismo recitar el OM es una de las prácticas esenciales. Se dice que tiene muchísimos efectos positivos en la psique, además de purificar y limpiar el cuerpo a todos los niveles, burdos y sutiles. Muchas de las prácticas hinduistas comienzan con la recitación lenta y pausada del OM. Con ello, la mente se calma y el cuerpo se relaja. Así uno puede dejar de lado las distracciones del día y enfocarse en la meditación. Una forma de recitar OM Lo ideal es sentarse en la postura del loto. También se puede usar el medio loto con el pie sobre la pantorrilla pues se dice que la presión sobre ella ayuda a despertar la kundalini. Conviene alternar la postura de las piernas, es decir, a veces poner el pie derecho sobre la pantorrilla izquierda y a veces al contrario. Otra postura también aconsejada es sentarse de rodillas sobre los tobillos, poniendo tal vez un cojín entre las piernas. No obstante, si esta postura no es posible, siempre se dice que lo más importante es tener la espalda derecha. Hallada la postura más confortable, se inspira profundamente y se espira recitando el OM. La sílaba OM está compuesta de tres sonidos, AH, UH y M, así pues dividiendo el tiempo cada espiración en tres partes, en cada una se recita uno de los sonidos del OM. La recitación sería un largo y lento Aaauuummm. La práctica ideal es hacer una doscientas recitaciones en una misma sesión. Aunque esta recitación no tiene un fin terapeútico concreto es de gran utilidad para la limpieza psíquica, el equilibrio y la paz interna. Lo interesante es que los efectos se pueden sentir inmediatamente.
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Estos son algunos de los mantras más conocidos en el budismo tibetano. Pero hay miles de mantras. Los hinduistas dicen que hay setenta millones. Pero como antes decía el objetivo principal es acercarse a la divinidad. No se considera muy apropiado utilizar las prácticas espirituales con fines mundanos. Sin embargo también es cierto que si el cuerpo y la mente no están sanos y fuertes, es muy difícil el progreso espiritual. En este sentido es totalmente aceptada la utilización de mantras o de rituales para la curación. Incluso las cosas más mundanas como el éxito en los negocios pueden ser parte de la práctica espiritual cuando parte de los beneficios se utilizan, por ejemplo, para crear escuelas, hospitales o espacios con condiciones para la meditación. A pesar de la existencia de esta tradición, uno siempre se pregunta si realmente los mantras tienen un poder o es autosugestión. Parece ser que hay un poco de todo. Ha habido gente que sin creer ha experimentado sus beneficios, y ha habido gente que con una fuerte fe, pero recitando mal el mantra ha obtenido resultados. Los tibetanos cuentan la historia de una anciana que tenía un mantra para transformar las piedras en alimento. En una época de sequía lo utilizaba con gran éxito. Un día llegó su hijo a verla. Este era un monje que había estudiado mucho en uno de los grandes monasterios de Lhasa. El monje se dió cuenta de que su madre no recitaba bien el mantra de modo que le explicó "compasivamente" la forma correcta de hacerlo. La anciana le hizo caso a su hijo pero el nuevo mantra no funcionaba. Al cabo del tiempo decidió volver a su viejo mantra que por lo menos era efectivo. Parece ser que al final lo importante es la propia mente. Los mantras podrían ser instrumentos para canalizar la propia energía. En éste sentido son muy afortunados los que saben utilizarlos. Pero a veces no se puede evitar ser un poco escépticos. Un santo estaba dando una charla sobre el poder de los mantras. Decía: el mantra tiene el poder de llevarnos a realizar la divinidad. En cuanto oyó esto un incrédulo se levantó y gritó: ¡Pero qué tontería! ¿Cómo nos va a acercar a Dios repetir unas palabras? ¿Aparece una barra de pan, repitiendo 'pan, pan, pan'?. El santo saltó diciendo: ¡Siéntate bastardo! El hombre se puso rojo de ira: ¿Cómo se atreve a hablarme así? - gritó - ¡Se hace usted llamar santo y luego insulta a la gente! ¿Qué clase de persona es usted? Siento mucho haberle ofendido - replicó el santo. Pero dígame, ¿qué es lo que siente en este momento? ¿No se da cuenta? gritó el hombre. ¡Estoy muy enfadado! Sí señor - dijo el santo - he usado sólo una palabra abusiva y ha tenido un efecto muy poderoso en usted. Si esto es así, ¿por qué el nombre de la divinidad no va a tener el poder de cambiarle? Así son los mantras, palabras, sonidos, murmullos, que repetidos acaban generando una vibración que te llena, te invade y te impregna llevándote a ésa región desconocida y a la vez tan familiar en alguna parte de nuestro interior. |
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